Una corrala de cine

Corrala_Madrid 1976

Desde que se ha popularizado internet y todo su universo de posibilidades, he ido abandonando el hábito de acudir al cine con la frecuencia acostumbrada. Aunque haga esta confesión no voy a reconocer públicamente hacer uso de medios considerados por algunos como delictivos a la hora de ver o hacerme con determinados títulos, imposibles casi siempre de ver en los cines. De no ser por los denostados instrumentos de intercambio de archivos (p2p) que proporciona la red de redes sería muy difícil, por ejemplo, ver cine español que no fuese el que se programa habitualmente en los circuitos de cines o  televisión. Por no hablar de los videoclubes. Por fortuna están las filmotecas.

Todo este farragoso preámbulo solo para decir que hace unos días fui a la Filmoteca Española y pude ver en su sala Doré de Madrid, una simpática, divertida, a ratos sorprendente y muy interesante película del director madrileño Joaquín Romero Marchent, titulada Fulano y Mengano.
Fulano y Mengano, que pertenece a la primera etapa como director de Joaquín Romero Marchent es en palabras del crítico de cine Carlos Aguilar, una comedia agridulce y naturalista con reminiscencias del Neorrealismo italiano, que auna humor, patetismo, ingenio, ternura. Y también cierta ingenuidad, habría que decir, tanto en el guión como en la puesta en escena. Romero Marchent, nacido en Madrid en 1921, pertenece a una familia de cineastas y actores, de los que él es la figura más destacada. Suyos son el mencionado Fulano y Mengano (1956), El hombre que viajaba despacito (1957), El hombre del paraguas blanco (1958). También cultivó el western en películas como El sabor de la venganza (1963) y Antes llega la muerte (1964), dos de los mejores filmes del género jamás rodados por un director español, según nos dice Carlos Aguilar.
También, y aunque quizás tenga un carácter anecdótico, Romero Marchent fue guionista y director de doce capítulos de una de las series españolas de televisión que más interés ha suscitado, como fue Curro Jiménez (unos de los muchos villanos generosos del imaginario hispano), en cuya creación, producción y coordinación participó.

La corrala

La inquietud arqueológica por el «Madrid que ya no existe» puede verse satisfecha con Fulano y Mengano que nos enseña pequeños retazos de la zona de San Francisco el Grande a finales de los 50. Sorprende ver los descampados, las casuchas, la miseria de las calles. Paisaje y paisanaje tristes y pobres.
Sorprende igualmente ver como el descampado de los laterales del templo, dejado tras el derribo del Cuartel del Rosario, era en 1956 tan igual como lo ha sido hasta no hace muchos años, ya en el siglo XXI. Llama también la atención la estampa de los antiguos edificios, y la de los comercios en ellos situados. También los merenderos y las tabernas. Entre los edificios más llamativos aparece una peculiar corrala que estuvo situada entre las calles del Rosario y San Bernabé, con entrada probablemente por la calle del Rosario número 17 o 15.

De todos los edificios que aparecen en las localizaciones de esta película en la calle Rosario sólo permanecen en pie los actuales números 3, 23, 25 y el 19, en construcción en ese momento. Por ejemplo, el despacho-fábrica de pan de la foto muestra el número 21 de la calle del Rosario (se puede observar a la derecha el viejo muro del derribado cuartel del Rosario). El espacio dejado tras su derribo lo ocupa un nuevo inmueble que mantiene la numeración.

El número 19 se construía durante las localizaciones de la película en 1958, y la foto de la corrala está tomada desde la azotea del edificio, que lindaba con el patio y los corredores. Aún había dos edificios más en la misma calle a finales de los 50 que debieron de llevar los números 27 y 29, y que fueron igualmente derribados. (Foto: Enrique F. Rojo, 2008)

Pero volviendo a la casa de viviendas de corredor a la que me estoy refiriendo, podemos ver su estructura en forma de “C”, con planta baja y tres alturas. Tiene poca fachada y se desarrolla con profundidad hacia el interior a lo largo de los corredores que dan acceso a las viviendas. Estas debían de ser muchas por planta, de seis a ocho, y de reducidísimo tamaño, ya que la anchura del bloque no es grande y se observan a lo largo del corredor numerosas puertas, muy juntas unas a otras. El patio se ve que era escaso, casi carcelario, y aunque recibía bastante luz, el edificio que se estaba construyendo en el momento en el que se capta la imagen (el citado número 19) debió de taparla casi totalmente.

Como se ve, los corredores se sustentaban con vigas y pilares de madera y las barandillas o los antepechos estaban enfoscados en adobe con estructura de madera, lo que sugiere que el edificio se pudo construir como muy tarde a mediados del siglo XIX, ya que a partir de esa fecha la madera comenzó a sustituirse por hierro.

(Foto: Enrique F. Rojo, 2008)

Ignoro si sería habitual, pero me resulta llamativa la caja de escaleras que forma una torre en la mitad de los corredores, en lugar de estar en alguno de los laterales como parece más habitual en este tipo de corralas o bien en el centro, pero siempre en el interior de la construcción y no como un añadido en el exterior.
A modo de curiosidad, viendo la foto,  uno puede recordar un edificio que se diría inspirado en éste o en otro similar. Al menos es la primera impresión. Se encuentra en el Poblado de Absorción B de Fuencarral, lo proyectó Alejandro de la Sota y forma parte del conjunto de viviendas. Este grupo de 1956, de la Obra Sindical del Hogar y del Instituto Nacional de la Vivienda pretendía dar soluciones a la escasez de alojamiento para el incesante flujo migratorio que se asentaba en Madrid. Uno de los  edificios que lo compone recuerda enormemente, como digo,  a la vieja corrala.

Bloque de viviendas de corredor del Poblado de Absorción B de Fuencarral (1956), de Alejandro de la Sota. En estas fotos se observa la coincidencia en la solución dada para acceder a los corredores. En ambos casos, la caja de escaleras está en el centro de los pasillos y no forma parte del mismo sino por las escaleras que lo unen. (Fotos: Enrique F. Rojo, 2007)  NOTA: el edificio se derribó en la primavera de 2011.

Referencias.-

Joaquín Romero Marchent (Carlos Aguilar, Agosto de 2008)
Filmoteca Española
Boletín Setiembre 2008-09-26

Arquitectura de Madrid
Fundación COAM
Madrid, 2003

VV.AA.
Así es Madrid en el cine
Catálogo Exposición
Ed. El Gran Caid, S.L.
Madrid, 2008

ARTE SICODÉLICO, arte hippie

Cartel de Wes Wilson y Bill Graham, de 1967.

Las líneas que siguen son un resumen de un reportaje firmado por Jacques Mousseau  publicado en la revista «Horizonte», publicación vanguardista que indagaba en el futuro (dirigida por Antonio Ribera Jordá) en el número 5 del año 1969, en pleno auge del movimiento hippie. En España la contracultura hippie y su expresión artística en forma de música, escritura o pintura no se comenzó a conocer hasta finales de los sesenta o incluso ya comenzada la siguente década, periodo en el que la dictadura daba sus últimos coletazos. En relación con la producción musical realizada en España y ligada al «movimiento» hay un libro interesante escrito por Pepe García Lloret, durante muchos años vecino del barrio de la Prosperidad (en el distrito de Chamartin de Madrid), que profundiza en el asunto con acertado criterio pedagógico.

Cartel de una exposición en la Galería Moore de San Francisco, (1968).

«El Pop Art o el Op Art expresaban la adhesión al tiempo que se vivía, exaltando sus elementos más vanguardistas. El Arte Hippy o Arte Psicodélico, paralelo a la cultura de los alucinógenos (marihuana, mescalina y LSD), de la que hicieron símbolo de ruptura, pero no por ello elemento imprescindible para el proceso creativo, manifiesta su oposición a los valores establecidos. Es una producción que se nutre del Art Nouveau de 1900 y al que también le atraen la mística y la cultura oriental. La filosofía interiorista de oriente y su psicología que profundiza en el individuo, y las referencias a lo fantástico y sobrenatural de la cultura occidental constituyen la savia que alimenta al movimiento. Jerónimo Bosco influirá en estos artistas, así como algunos escritores británicos del estilo de  William Blake, precursor del movimiento Romántico en el siglo XVIII, o pintores  como  Aubrey Beardsley, dibujante inglés del siglo XIX de estilo recargado, típico del momento«.

Diseño de Moscoso, 1968.

«Destacan en estas creaciones hippies los colores vivos y la armonía general. A pesar de los contrastes acusados de elementos yuxtapuestos, formando mosaicos de motivos variados, los collages consiguen mostrar una unidad de contenidos. El sociólogo Mac Luham afirmó que la televisión había transformado la forma de ver el mundo, hasta entonces monopolizada por el libro, único medio de conocer la realidad.

Estos cinco artistas son algunos de los más importantes del movimiento, autores de pinturas y collages de gran interés: Wes Wilson, Victor Moscoso, Rick Griffin, Stanley Mouse y Alton Kelly. Los cinco melenudos, barbudos y ataviados según los cánones de Haight Ashbury  (San Francisco)».

Portada de The Oracle (1968).

«Creadores de un arte que ha alcanzado la misma cotización que la pintura tradicional y ha conquistado a los más ricos coleccionistas americanos.  Del mismo modo que en la Belle Époque los artistas cultivaban con profusión los carteles (Manet, Bonnard, Toulouse-Lautrec, Hucha), para esta generación de pintores su obra más importante es el poster.»
(Apuntes del texto de Jacques Mousseau » Arte psicodélico», Revista Horizonte, Núm. 5, Barcelona, 1969. Págs. 98-108)

 

Cartel de Wes Wilson de 1968.

 

Fotos antiguas de la Ciudad Lineal de Madrid

Casa Acacio, tienda de Ultramarinos (Foto de «En los recuerdos«)

 Trabajadores de un tejar de Ciudad Lineal (Foto: «En los recuerdos«)

Hace unos días llegó a este blog un comentario en el que se nos invitaba a trastear por una web dedicada al distrito de Ventas-Ciudad Lineal de Madrid. La web contiene gran número de fotos, algunas en gran formato, la mayoría de ellas cedidas por particulares y otras pertenecientes a la colección de Luís Puicercús, que ha publicado un libro con las mismas. La página, patrocinada por un bar, contiene cerca de 300 fotografías organizadas en temas.

Las Ventas del Espíritu Santo

Foto de 1900. Muestra un merendero de los muchos que hubo en las Ventas del Espíritu Santo.

Rebuscando en La Ilustración Española y Americana, de 1897, encontré una crónica de la época firmada por Zeda -pseudónimo de Francisco Fernández Villegas (1856-1916)-, que describe una tarde de domingo en Las Ventas del Espíritu Santo, lugar muy conocido por sus merenderos y por ser camino del Cementerio del Este. El texto resulta muy ilustrativo y llama la atención por su estilo literario poco habitual en una revista, especialmente en estos tiempos de hoy donde prima el lenguaje de gacetilla y de reporterismo televisivo,  que ignora los subjuntivos, altera las concoordancias y  abusa sin motivo de extranjerismos y de «coletillas» inútiles.  Aprovechando el tema, me he apropiado de una imagen de 1900 que da fe de cuanto Zeda plasma en su texto. No cabe duda de que su intención es crítica y no se refiere el lugar con mucha simpatía, ni tampoco valora positivamente el tipismo o el carácter popular de las estampas descritas. Más bien, al contrario, parece preferir el ambiente de la misma calle Alcalá, pero unos cientos de metros más abajo, en su tramo noble y con menos aspecto de poblacho.

Que el pueblo de Madrid es uno de los más alegres de Europa, y que ni las penas le quitan su proverbial buen humor, ni las calamidades lo entristecen, ni los contratiempos lo quebrantan, cosas que fácilmente pueden ser comprobadas por cualquiera que se tome el trabajo de darse una vuelta, cualquiera de estas tardes, por los Cuatro Caminos, los Viveros, el Puente de Vallecas o por algún otro sitio de los llamados de recreo que en sus alrededores posee la capital de España. Al ver tales lugares llenos de gente bullanguera que canta, baila y se emborracha, libre feliz e independiente, podría suponerse con algún fundamento que si cada vecino de la Villa y Corte no echa a diario una gallina en su puchero, como para sus vasallos deseaba Enrique IV de Francia, tiene siempre en cambio un par de duros de sobra en el bolsillo para gastárselos en merendolas, regadas copiosamente con el tinto de Valdepeñas y amenizadas con el repiqueteo de los pianos de manubrio.”
Se arraiga en nosotros con mayor fuerza esta creencia si una tarde de toros o de novillos, de primavera, tomamos el camino de las Ventas. No tema el lector que me meta a describir el cuadro que presenta la calle de Alcalá cuando se avecina la hora solemne de comenzar la corrida. Tan brillante espectaculo ha sido pintado cien veces, y hartos de seguro estan cuantos los presentes renglones leyeren de ver enumerados, con lujo de metáforas y riqueza de color, los coches empavesados de sombrillas, las manuelas tripuladas por hembras de rompe y rasga, los tranvías cargados de gente alegre y voceadora, los ómnibus, las calesas procedentes del antiguo régimen, los carruajes, en fin, de cien formas distintas que, arrastrados al pasado galope de hipógrifos más o menos violentos, caminan hacia la plaza en medio de dos filas de infantes, los cuales jadeando entre el polvo que levantan los coches, acuden a presenciar la sangrienta lid dudosa, calificada , y con mucha razon, por la ilustre escritora Emilia Pardo Bazán, de fiesta helénica.”
Ciertamente, es menester mucho deseo de divertirse para pasar la tarde en la Ventas, que en vez del Espíritu Santo debieran llamarse del Espíritu del Vino. Imagínese el lector una carretera peor cuidada de lo que suelen estarlo las carreteras españolas: un puente tan inútil como el famoso de Coria. Por debajo de este puente, no el de Coria, sino el otro, se arrastra un arroyo inmundo y maloliente. A un lado y a otro de la carretera y del arroyo, barracones de tablas mal unidas, sucios y grasientos; tenduchos informes que ostentan colgados a los lados de sus puestos entrañas y carnes de reses; sórdidos merenderos que exhalan bocanadas de humo asfixiante de aceite frito.
La mayor parte de estos establecimientos, en los que se sirven cubiertos desde dos pesetas y cuyos platos más favorecidos son los de callos y caracoles, tienen nombres a cual más poéticos y atractivos….. Algunos ofrecen a la consideración de los paseantes sentencias como la siguiente:
“Mejor se está en este, que en el Este”. Hay también salones al aire libre. En el centro de ellos, en alta plataforma, está el piano de manubrio, y en su derredor bailan, según la manera chulesca, apreciables «Menegildas» con sus respectivos adoradores, militares sin graduación, o caballeros de aquellos que, según la copla del saineta, “enseñan la camisa por detrás”. Más allá, el Tío Vivo da furiosas vueltas; multitud de columpios oscilan locamente impulsados por sus tripulantes; parejas de ciegos cantan a grito pelado…
Y sobre todo este conjunto ruidoso, desagradable, abigarrado, flota una nube de polvo, cada vez más denso, levantado por los saltos de los danzantes, por el rodar de los coches y el trotar de las caballerías. Las ventas son el punto de cita de lo más escogido de la gente de escalera abajo: criados de servicio, horteras de tienda de ultramarinos, estudiantes de poco pelo, chulos y soldados. Cabe el mal oliente arroyo en los salones de baile, en los comedores de los merenderos.»

Merendero de la «Tía María» en el barrio de Arganzuela, 1934. La foto es de Consuelo Gracía Torrija.

«Aumenta la amenidad de aquellos lugares el contínuo ir y venir de carrozas fúnebres por delante de los merenderos. Allá lejos, sobre una colina de poca altura, en medio de la desolada aridez de los campos que se extienden al Oriente de Madrid, destácase la mancha oscura del cementerio del Este. A las Ventas llega de cuando en cuando el tañido lúgubre de la campana del camposanto.
El regreso de los carros mortuorios causa una impresión extraña, en la que se conbina lo repugnante y lo lúgubre con lo grotesco. Los cocheros, con sus ridículas libreas desabrochadas, con el sombrero cubierto de polvo, sonrientes, cínicos, arriman los carruajes a los
“tabernáculos” de las Ventas, y en lo alto del pescante échanse al coleto abundantes tragos, mientras los lacayos, tan ridículamente vestidos como los cocheros, trincan también alegremente, y bromean o retozan con las ninfas de fregadero que frecuentan las riberas del Abroñigal.
Conforme va avanzando la tarde acentúanse los efectos del vino peleón: el griterío aumenta, y el bailoteo es cada vez mán íntimo. Dicharachos soeces, insultos, bromas de la especie que mis lectores pueden suponer, parecen flotar entre el vaho irespirable de tabernas y merenderos. A lo mejor, por si tal o cual chulo miró o no miró, salen a relucir navajas….  y hasta llega a correr sangre. Allí Goya o D. Ramón de la Cruz hubieran podido encontrar modelos, el uno para sus lienzos, el otro para sus sainetes… También Zola podría hallar en las Ventas no pocos documentos humanos….»
ZEDA, La Ilustración Española y Americana nº XI (págs. 183-186).
22 de Marzo de 1897.


Perspectiva de Las Ventas del Espíritu Santo. La fotografía, de 1933, parece estar tomada en las cercanías de la Plaza de Toros de Las Ventas, al otro lado del puente sobre el arroyo Abroñigal.

Referencias.-

La Ilustración Española y Americana (Cervantes Virtual)

Antigua Perfumería Gal en Moncloa

Las Perfumerías Gal de Madrid encargaron en 1915 al arquitecto riojano Amós Salvador y Carrera el diseño de un nuevo edificio al que trasladarse, para así abandonar el de la cercana calle Ferraz, en el que trabajaban desde 1898 y que ya se les había quedado pequeño. Así pués, la fábrica se trasladó a la Plaza de La Moncloa, en el Paseo de San Bernardino (hoy Isaac Peral), final de la calle Princesa que hacía esquina con la calle Fernández de los Rios.

Las Perfumerías Gal de Madrid encargaron en 1915 al arquitecto riojano Amós Salvador y Carreras el diseño de un nuevo edificio al que trasladarse, para así abandonar el de la cercana calle Ferraz, en el que trabajaban desde 1898 y que ya se les había quedado pequeño. Así pués, la fábrica se trasladó a la Plaza de La Moncloa, en el Paseo de San Bernardino (hoy Isaac Peral), final de la calle Princesa que hacía esquina con la calle Fernández de los Rios.
El proyecto de Amós Salvador aportaba bastantes novedades, en el que se destacaba la buena comunicación entre las diferentes dependencias, la amplitud y calidad de las naves de trabajo, la luz, la ventilación y la higiene.

Su estilo arquitectónico se encuadra dentro de un historicismo más o menos grandilocuente, de rasgos neomedievales, con matices neomudéjares (especialmente notorios por el uso del ladrillo), mezclado con elementos modernistas.

«El conjunto de sus instalaciones comprendía los depósitos, los laboratorios, las oficinas, la vivienda del Gerente, el archivo y los talleres. Estos últimos dispuestos en naves adosadas con una altura de cuatro pisos albergaban, en la planta primera, la frasquería, en la segunda y tercera con piso intermedio, los almacenes y salones de trabajo y, la cuarta, se destinaba a las delicadas labores de la jabonería». Su interesante factura y su belleza le merecieron en 1915 un premio del Ayuntamiento de Madrid.

En 1919 se construyeron unas instalaciones complementarias proyectadas también por Amós Salvador Carreras, en la actual calle Isaac Peral, 6 c/v a Fernández de los Ríos.
Actualmente es una residencia universitaria femenina y constituye el único testimonio del antiguo complejo industrial. Al parecer, se utilizó como vivienda complementaria de la fábrica, si bien sus trazas constructivas siguen un patrón de la arquitectura industrial de estos primeros años del siglo XX, aunque con un aire más moderno que los edificios principales, que eran bastante más historicistas en su concepción general.

Instalaciones complementarias en la actual calle Isaac Peral, 6 c/v a Fernández de los Ríos, que actualmente se conservan.
Primer edificio de Perfumerías Gal en la calle Ferraz, que funcionaba desde 1898, en una fotografía fechada en el año 1905.
La nueva fábrica durante su construcción en 1915. Las Perfumerías Gal de Madrid encargaron en 1915 al arquitecto riojano Amós Salvador y Carreras el diseño de un nuevo edificio al que trasladarse, para así abandonar el de la cercana calle Ferraz, que se había quedado pequeño.

Grupo de trabajadoras de Perfumerías Gal, a finales de los años veinte. «Desde sus comienzos, la Gal, empleó una fuerza de trabajo numerosa, principalmente mujeres que se ocupaban de las labores de limpieza y empaquetado. En 1917 la fábrica funcionaba con una plantilla de 300 personas que fue progresivamente en aumento hasta llegar a duplicarse la cifra en los años previos a la Guerra Civil.
La jornada de trabajo en la fábrica era de 8 horas según los requisitos legales, de nueve a una de la mañana y de tres a siete de tarde.
Como en la mayoría de las industrias de la época, las obreras se concentraban al principio y al final del proceso de fabricación, esto es, en los trabajos de limpieza y en el envasado y empaquetado final del producto. Dentro de los talleres predominaba una acusada división sexual del trabajo, esto es, una separación bien diferenciada de tareas, de especialidades y de espacios masculinos y femeninos. Por un lado, los trabajadores varones atendían los talleres de cocción de pasta y fabricación de jabones, la destilación y preparación del agua de colonia ocupándose del manipulado de las primeras materias (sucias y peligrosas en su mayoría) que implicaba un esfuerzo físico considerable. Las mujeres, por su parte, se ocupaban de la limpieza, el etiquetado y el precintado de frascos, así como, del empapelado, sellado y colocación en estuches de las pastillas de jabón de tocador y del empaquetado de polvos de arroz.
La mayoría de las 576 operarias registradas en la fábrica en 1934 cobraban un jornal de 3 pesetas diarias, en el caso de las aprendizas que ingresaban 2 pesetas, mientras que los jornales fijados para los varones eran más del doble en todas las categorías y edades».
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Durante la Guerra Civil, la Fábrica Gal muy cercana al frente de Moncloa y justo en frente de la Carcel Celular de Madrid, quedo bastante destrozada. Aunque se reconstruyo y la actividad fabril volvió a alcanzar los niveles previos a la contienda, especialmente por el apoyo publicitario que muy tempranamente desarrolló la empresa, en los años sesenta la dirección decide deshacerse del conjunto y plantea nuevemente su traslado, en este caso fuera de Madrid, a Alcalá de Henares.
En esos funestos años para la arquitectura y la historia de Madrid que fueron los setenta, la antigua Fábrica de perfumes Gal se demolió para construir un complejo de viviendas y bajos comerciales denominado «Galaxia», muy a la moda del momento, pero de muy escasa racionalidad y sentido estético.

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La fábrica Gal en 1937, trás haber sido muy afectada por los bombardeos de la aviación rebelde.

 

Esta imagen aérea de los setenta muestra el solar dejado por el derribo de la Gal. No mucho después se construiría el complejo «Galaxia». (Un apunte nostágico: Aquí la mayoría de los universitarios de la Complutense y de la Politécnica de Madrid, hemos hecho cientos y cientos de fotocopias de mala calidad, pero baratas. Aquello era una procesión de estudiantes por los bajos del complejo «Galaxia» ansiosos por fotocopiar).