Negocios viejos de Madrid (I)

En el número 46 de la calle del Comercio se estableció el abuelo fundador del negocio. Lo llamó Urban Idade porque le gustó el regusto arcaico del nombre.

Urban Idade

Un negocio viejo, por ejemplo era el de mi abuelo que vendía llaves, grifos y tuberías desde mucho antes del siglo XXI. También vendía gutapercha y cables de cobre; y pez y minio en bote, y para las tuberías de plomo estopa. Todo un negocio antes del siglo XXI.

En el número 46 de la calle del Comercio de mi ciudad se estableció el abuelo fundador del negocio. Lo llamó Urban Idade porque le gustó el regusto arcaico del nombre y porque le pareció que le daba empaque un nombre que sonaba a gallego en tierras de Castilla. Así era Castilla de impresionable y así eran los gallegos de altivos en Castilla. La fontanería se llamó Urban Idade en castellano y en gallego. Un nombre imposible para un negocio que pretendía ser universal en una ciudad como Madrid que era como un pueblo grande. Por eso, el tiempo impuso la razón del idioma o el idioma impuso su razón en el tiempo y el viejo negocio de Madrid se reconvirtió de fontanería imposible a blog universal sobre Madrid, paradógicamente, algo también imposible. En fin, todo lo imposible acabó por hacerse realidad y Urban Idade, en castellano y en gallego, sigue existiendo como un exquisito negocio imposible de redes urbanas fontaneras en ese pueblo grande que es el viejo Madrid.

Martín Garralda y el «pazo» de su pueblo

Me acaba de escribir Martín Garralda y me manda unas cuantas fotos. Me dice que en el pueblo todo sigue igual. Cuando le conteste le diré que aquí, en Madrid, las cosas también siguen igual. Supongo que en los pueblos las novedades siempre son más sonoras que en la capital del reino, donde a veces,  ni siquiera eres partícipe de los cambios, por más importantes que éstos sean. En realidad, salvo que te toque de cerca  -delante de tu casa- , ni te enteras.

Madrid es una ciudad inmensa y crece mucho y muy deprisa. Se tiran viejas casas y enseguida se construye sobre ellas y así por todas partes. Una locura. Es muy difícil enterarse de lo que se hace y de lo que se deshace.

Martín Garralda, que es de un pueblo de Galicia,  es un entusiasta de la arquitectura local. El otro día me contaba que en su pueblo había dos facciones políticas que se mataban en el Ayuntamiento por una cuestión urbanística. Unos que apoyaban conservar un viejo edificio -un pazo de piedra, sobredimensionado y hecho trizas-  y otros que querían echarlo abajo y construir desde cero para crear riqueza -tal vez un parquin para los visitantes o un parque temático con parquin, o algo del estilo-.

En estos términos, hoy en día, hablar  de patrimonio, de historia y de conservación, mezclándolo con propuestas de riqueza y de puestos de trabajo y de modernización, es difícil dar una opinión.

Según me cuenta Martín, el viejo edificio que quieren tirar,  tampoco es tan viejo. Hablamos del siglo XIX. Y parece que estamos a la vuelta de la esquina, por lo que aquello que parece ser de anteayer no es merecedor de ser considerado interesante y tampoco conservado.  En fin, demasiado lío para una casa con algo más de siglo y medio, y además medio deshecha.

En el pueblo de Martín  haría falta modernizar la calle Mayor y la plaza de Galicia, es decir el alma del pueblo. En Castilla sería la plaza de España.

Las casas viejas de la plaza no tienen lustre y el camino del Monte se deshace. Para reparar las calles del pueblo y sus casas hace falta dinero y en el pueblo no lo hay. En España entera parece que no hay dinero para nada y, sin embargo, mirando en forma panorámica -mirando al redor o al rededor, que también se dice- no se nota o se nota poco.

El viejo edificio del siglo XIX del pueblo de Martín, que está situado en una de las entradas de la población, es propiedad del Ayuntamiento, por cesión de un particular que lo entregó -desconozco los términos- , un conde que dejó de serlo por sus deudas -vendió el título- , paradójicamente de Lugo, y no de lujo,  y que luego acabó viviendo malamente en una pensión, alcoholizado y demente perdido. Algo parecido a lo que hace la Iglesia con sus propiedades, legítimas o usurpadas y, casi siempre ruinosas. Cuando no quieren o no pueden mantenerlas, o cuando las deudas con los ayuntamientos son muchas, las ceden y se desentienden así de sus obligaciones con la comunidad. Muy cristiano. Y muy aristócrata.

Arquitectónicamente, el pazo, tiene algún valor, aunque, al no estar integrado en el casco urbano,  parece resultar prescindible en la conservación del patrimonio histórico de la ciudad. Al fin y al cabo  se trata de una casa más -en ruinas- de tantas que hay diseminadas por el entorno.

Me dice Martín que la propuesta del municipio consiste en enajenar la finca, unos 3.000 m2, incluyendo la edificación, a favor de una inmobiliaria de Madrid, la mejor postora, que haría varios bloques de viviendas de veraneo, además de unos locales comerciales y un parquin. El parquin siempre presente. El Ayuntamiento ganaría en la operación una zona verde pública de 400m2, con infraestructuras asumidas por la constructora, haciéndose cargo el municipio del mobiliario urbano, iluminación y viales de acceso. También se acondicionaría un parque infantil con instalaciones de la marca sueca «Lycka», con mobiliario de madera y superficies en suelo de alta seguridad tipo «tartán».

El antiguo pazo se derribaría y el material resultante de la demolición se utilizaría, según la promotora, para acondicionar espacios del pueblo de  carácter historico, como el antiguo parque de los Penedos, reacondicionado en 1973, que perdió todo el meterial de piedra que poseía; o el Cantón dos Carballos, cuyo palco histórico también desapareció en 1981 por extrañas maniobras  e intereses entre políticos y empresarios.  En este caso se haría una réplica, dado que se conservan los planos originales. También se podría hacer aguna fuente monumental  o, incluso, ensalzar la figura de algún prócer del municipio o  de un provecto vecino merecedor de reconocimiento, improvisando un artístico conjunto escultórico.

Al final, según se ve, lo que prima es el interés epeculativo, que es lo que proporciona fáciles dividendos a partir de nulos esfuerzos.

Acaba diciéndome Martín Garralda, que ya me conoce, que no me lo tome muy en serio, y menos que me aturulle. Que en su pueblo muchos velan por el futuro y luchan por el progreso. Y que lo del pazo es más un asuntillo de enemistades que de negocios.

Seguro que es como él dice. Se ve que el interés general pasa siempre por el interés de los que hacen que la cosa sea interesante. Es decir, que lo que hace que un «negocio»  -la negación del ocio, la acción-  sea ventajoso es el  propósito mismo de obtener un beneficio, ya sea a instancias de un organismo público o privado. Es esta liviana diferencia la que algunos no acabamos de entender, aunque así contada parezca tan obvia.

(De la serie «Retazos encontrados», de E. R.)

En torno al chalet de Vicente Aleixandre y a otro que fue de Dámaso Alonso

En el número tres de la calle de Vicente Aleixandre (antigua Velintonia) , en Madrid, distrito de Moncloa, vivió el Nobel de la generación del 27, que se instaló allí precisamente en ese año.
La casa de Dámaso Alonso era «una grande y sobria construcción de dos cuerpos y ventanas enrejadas que da a una extraña callejuela irregular en la calle Alberto Alcocer, que compró con las 100.000 pesetas ganadas como profesor en universidades americanas.

«En esta casa,  vivo yo desde el año 1927. Siempre digo, como un recuerdo querido, que a esta casa vine siendo  poeta inédito. Después, en ella, he ido haciendo las cosas de mi vida a través de los sucesivos años. Esta casa tiene un pequeño jardincito, donde yo por las mañanas, con un pequeño capote que tengo para esto, paseo por el jardín y leo un largo rato. Entonces aprovecho y cuido un cedro, no digamos pequeño, porque es muy grande hoy día. Pero yo lo planté hace ya 30 años, y este cedro es un arbolito que era de 30 centímetros cuando yo lo planté y hoy tiene una cantidad de metros inmensa. Lo tenemos que podar constantemente porque, si no, se come y derriba la casa». (Vicente Aleixandre, declaraciones a El País, 1984)

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«En el número 3 de la calle Vicente Aleixandre (antigua Velintonia) , en Madrid, distrito de Moncloa, vivió el Nobel de la generación del 27» (Foto: Enrique F. Rojo, 2019)

En el nº 3 de la antigua calle Velintonia…

se vende velintoniaEn el número 3 de la calle de Vicente Aleixandre (antigua Velintonia) , en Madrid, distrito de Moncloa, vivió el Nobel de la generación del 27, que se instaló allí precisamente en ese año.  Su dueño,  que murió el 13 de diciembre de 1984, hace 25 años, no podría imaginar que su casa, en la calle a la que mudaron el viejo nombre para darle el suyo, se encuentra hoy a la venta. Son 750 metros cuadrados más 500 de jardín. Hace  años que los herederos y la Administración detuvieron la negociación para hacerse con el edificio. «Los primeros pedían 5,6 millones de euros, una cifra «desorbitada» para el Ministerio de Cultura, que ofrecía 1,9, una cifra «ridícula» para los herederos. La oferta subió hasta 2,9 millones y todo quedó ahí».

«Mientras vivió su dueño, el chalet de la calle Velintonia 3 fue la casa de la poesía. Allí se reunía Vicente Aleixandre con sus compañeros del 27 y allí recibió a varias generaciones de escritores jóvenes durante la posguerra«. (Ampliar en El Pais.com)

La casa de Vicente Aleixandre

«Un servidor se ha quedado boquiabierto al conocer que las instituciones públicas renuncian a la adquisición de la casa de Vicente Aleixandre. Y todas ellas: Ministerio de Cultura, Comunidad de Madrid y Ayuntamiento. ¿Argumentos?: precio excesivo, valor simbólico de la casa (y no valor “real”). Y la última perla: la reciente manifestación de la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre ha sido tachada de “electoralista”, de inconveniente, vamos. Ya me gustaría que la ministra de Cultura, si es que tiene conocimientos para ello (que lo dudo) nos explicase pormenorizadamente estos argumentos: cómo se debe entender que la casa de un premio Nobel no deba ser preservada, cueste lo que cueste, por el Estado, cuando este mismo Estado se está gastando millones de euros en “Ciudades de la Cultura” (sic). Y les ahorro a los lectores las razones mayores, suficientemente decantadas por la historia. Y si éstas no les resultan conocidas a nuestros cargos electos, pues vayan a los libros y estudien un poquito sobre la historia cultural y literaria de la España del siglo XX. Una vez más, España no es ni Francia, ni Gran Bretaña ni Irlanda, países en los que todos los mimos son pocos para preservar los vestigios físicos (y simbólicos) de sus escritores, entre ellos sus casas. En cuanto al último de los argumentos: en efecto, altos señores de la política, ustedes han convertido, como siempre, una reclamación objetivamente justa, en un hecho político. ¡Qué miseria y qué ignorancia supinas!»    Xoán Paulo Rodríguez Yáñez  (Santiago de Compostela, publicado el elpais.com/foros)

Velintonia abandonada
«En el número 3 de la calle Vicente Aleixandre (antigua Velintonia) , en Madrid, distrito de Moncloa, vivió el Nobel de la generación del 27, que se instaló allí precisamente en ese año….»
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«En el número 3 de la calle Vicente Aleixandre (antigua Velintonia) , en Madrid, distrito de Moncloa, vivió el Nobel de la generación del 27…» La foto, de febrero de 2019, muestra el abandono de la casa. (Foto: Enrique F. Rojo, 2019)

Acerca del chalet de Dámaso Alonso

A tenor de este asunto, traigo a colación un caso parecido, cuyo final acabó por ser devorado por las fauces especulativas. No hace mucho un amigo del blog preguntaba acerca del chalet de Dámaso Alonso y de si sabía de alguna foto fácil de encontrar. El que fuera su domicilio durante largos años  se encontraba en la calle Alberto Alcocer número 23, muy cerca de la casa de Menéndez PidalVer mapa más grande» y de su olivar, (cuyo futuro también se vislumbra inquietante), en una zona que en el principio de su urbanización constituía el extrarradio norte de Madrid . La verdad es que no sé dónde se podrá encontrar alguna foto de la casa de Alonso. Posiblemente exista en algún libro o colección privada. De todos modos, para hacernos una idea de la ubicación de la casa, la cual ya no existe, se pueden ver las fotos aéreas en NomeCalles, que permiten ver las mismas zonas en diferentes periodos. La calle es Alberto Alcocer 23 y el lugar por donde se accedía a la casa se encuentra ocupado por edificios de «alto standing» construidos entre mediados de los ochenta y 2004, que se pueden ver también en Ver mapa más grande» en Google Maps .

Alberto Alcocer

En este lugar, entre los números 21 y 27 de la calle de Alberto Alcocer de Madrid (Chamartín), se encontraba la casa del poeta Dámaso Alonso. No pasó mucho tiempo desde la muerte del poeta hasta el derribo de la casa y la construcción del edificio de la foto, en el actual número 25 de Alberto Alcocer.

La casa de Dámaso Alonso era  «una grande y sobria construcción de dos cuerpos y ventanas enrejadas que da a una extraña callejuela irregular en la calle Alberto Alcocer, que compró con las 100.000 pesetas ganadas como profesor en universidades americanas. La casa está cercada por altos edificios donde lo que triunfa es el ángulo recto, y a su permanencia no puede ser ajena la negativa a enriquecerse, el deseo de espacio, en definitiva una concepción del mundo. Cuando la compró era una zona apartada, no era Madrid, era Chamartín, provincia de Madrid. Una casa con huerta y jardín que hoy parece una reliquia, una extravagancia». (El País, 1990)

En 2010 el Ayuntamiento de Madrid colocó esta plaquita para recordarnos el lugar donde se encontró la casa de Dámaso Alonso. La podemos ver en la fachada del edificio situado en el nº 25 de la calle Alberto Alcocer. (FOTO: Enrique F. Rojo, 2011)

«En torno al chalet de Dámaso Alonso han crecido rascacielos, discotecas, pagodas dudosamente chinas, topless, pizzerías italianas. Esta casa y su peripecia siempre me recuerdan la Muerte de un viajante, de Miller, donde el americano medio, que había levantado una casita en las afueras para su pequeña felicidad, se ve un día rodeado de rascacielos, ahogado, asfixiado. No es el caso de Dámaso Alonso. Él ha decidido instalarse, con su capita, en el XVII. Pasa del Gran Madrid». (Francisco Umbral/ El País, 1984)

Referencias.-

Salvar la casa del poeta (PDF)

Salvemos la casa de Vicente Aleixandre
PRÓXIMA CONCENTRACIÓN
FRENTE AL MINISTERIO DE CULTURA
MARTES, 9 DE JUNIO DE 2009, 18.30 HORAS

La soledad de Velintonia (PDF)

Velintonia, la casa donde habita el olvido (ABC, 12/06/2016)

Olivar de Chamartín

Vicente Aleixandre (Wikipedia)

Menéndez Pidal (Wikipedia)

Dámaso Alonso (Wikipedia)

 Actualizado el 28/ 02/ 2019

Antiguo CAFÉ de FORNOS (Madrid)

Fornos se llamó a un desaparecido local que hubo en Madrid, situado en la calle Alcalá, esquina a la calle Peligros.
En aquel lugar, a finales del siglo XIX y primeros años del siglo XX, se daba cita lo más elegante e interesante del Madrid del momento. Aristócratas, dramaturgos, actores, críticos, tenores y toreros. Algún político y madrileños en general llenaban su salón y sus reservados céntricos, símbolo de una capital que vivía en su provincianismo y respiraba aires nuevos de pretendida modernidad en un periodo en el que la cerca vieja se deshacía para ensanchar los límites capitalinos más allá de Chamberí.
Allá por el año 1885, en el Teatro Español de la plaza de Santa Ana, los actores Manuel Catalina, Julián Romea y Matilde Díez (ésta con con una calle que lleva su nombre en el barrio de Prosperidad), y también  Donato Jiménez, representaban los dramas del laureado y discutido José de Echegaray.

Arriba, dibujo del Café de Fornos por Cecilio Pla en El Globo, de Alfredo Vicenti y foto de la tertulia literaria.

La Puerta del Sol era entonces una gran plaza, semejante a la que hoy conocemos, en la que la luz nocturna la daba el gas de sus faroles de forja, los tranvías eran de tracción animal y había paradas de coches simones, antiguos taxis tirados por caballos o mulas. Madrid se movía al ritmo lento de la incipiente industrialización y la población crecía con prisa, producto de la inmigración interior.
En el café de Fornos había «peñas» formadas por la parroquia habitual y, del mismo modo que en otros cafés, se discutía el tema del día o el que estuviera de moda, en las tertulias del Fornos, las conversaciones se repetían y solían recaer en los mismos asuntos: política, bodas reales, corridas de toros (Espartero, Frascuelo, Lagartijo, Guerrita), el tiempo, literatura, sucesos, o alguna obra de teatro. En el piso entresuelo del café de Fornos, en uno de sus reservados, tenía lugar la tertulia de La Farmacia”, pués en ella, como en botica, se daba de todo. En ésta participaban políticos, hombres de negocios, banqueros, artistas de todo género, médicos, pintores, periodistas, literatos, dramaturgos y toreros (miembros relevantes de la élite social de la época). Por allí pasó también la famosa Mata-Hari.

Café de Fornos, situado en la calle Alcalá, esquina a la calle Peligros, en fotografía del año 1908.

El café de Fornos se abrió en unas casas construidas sobre el solar del antiguo convento de las monjas Vallecas o de Nuestra Señora de la Piedad, que estuvo en la referida calle de Alcalá con Peligros. El negocio lo montaron los hijos de Pepe Fornos, dueño del café Europeo situado en la calle Sevilla con el callejón de los Gitanos (calle de Arlabán), con el especial ahinco del mayor de sus hijos,  Manolo Fornos, quien trasladó la filosofía del negocio paterno a la altura de la suntuosodad y el lujo que el momento y la potencial clientela requería. Tiempo después, Manolo, una noche, agazapado en uno de los reservados del café, se descerrajó un tiro en la cabeza que acabo con su vida.
Estaba, el Fornos, decorado con vistosas pinturas murales, tapices y alfombras, y dotado de amplios y cómodos divanes, estatuas de bronce que sostenían las lámparas de gas, y también de relojes de dos esferas que pendían del techo. Poseía además un gran restaurante, de enorme comedor, con entrada independiente por la calle de Alcalá, cuya cocina no desmerecía la categoría del establecimiento. Las sobremesas daban lugar a multitud de tertulias de personajes ilustres en las que se comentaban los éxitos de la actriz María Tubáu o las fiestas palaciegas de Fernán Núñez en su casa de la calle de Santa Isabel, o de Higinia Balaguer y de todos los implicados en el crimen de la calle de Fuencarral.

A propósito de este suceso, la rea Balaguer, trás un polémico juicio,  fue ahorcada en la llamada Plaza de la Justicia, junto a las tapias de la carcel Modelo, en pública ejecución, al aire libre y como testigos los barrios de Argüelles y Pozas. Este crimen, consumado en la persona de Luciana Borcino, madre de José Vázquez Varela (Varelita) , señorito chulo y conquistador y de pocos escrúpulos, fue el resultado de una folletinesca historia de intrigas y engaños, que acabó con la criada Higinia Balaguer en el patíbulo, sin que quedara clara su culpa.
En aquel momento los escaparates de las librerías mostraban las novedades editoriales de mano de los escritores de moda: Valera, Alarcón, Pereda y Galdós. También se iniciaba la construcción de las primeras casas del barrio de Argüelles y se levantaba el Cuartel de la Montaña.

Recorte de prensa de 1988, narrando el suceso que tuvo lugar en la calle madrileña de Fuencarral número 109, el día 1 de Julio.

Años antes del suceso de la calle Fuencarral, en 1886,  se producía un sonado ciclón o huracán, que abatió más de quinientos  árboles del jardín botánico, según recogía la prensa de la época,  y que conmovió a la ciudadanía, en especial a la que se encontraba transitando por las calles, que hubo de correr e refugiarse en las casas próximas y en los cuarteles, como el de la Montaña o el de San Gil. El terrible ciclón causo daños de consideración en el arbolado municipal y en algunos edificios de la parte alta de la población, y produjo  algunos muertos y heridos, al ser lanzados contra el suelo por el ímpetu y la furia del huracanado viento, algunos de los cuales fueron socorridos en el botiquín de urgencia del Fornos.
También por aquella época desaparecían los jardines del Buen Retiro, que tantos momentos de diversión dieron a quién sabe cuántos madrileños, luego ocupado su solar por el soberbio palacio de comunicaciones de Palacios y Otamendi (hoy Ayuntamiento de Madrid); y la piqueta demoledora abatía sañudamente el hospital de la Latina, en la calle Toledo.

Emilio Carrère escribió del Fornos: ”Fornos significaba sesenta años de vida madrileña. El Madrid de Alfonso XII y el de la Regencia. Y la juventud del postrer Borbón. Las ventanas de este café fueron ojos y oidos para la actualidad callejera. Los antiguos espejos eran como largas y misteriosas galerías por donde se fueron alejando los hombres y las mujeres más interesantes de su época. Se los veía con el triunfo de sus risas, de sus glorias y de su juventud. Después, los espejos de Fornos se los iban tragando poco a poco… hasta que desaparecían definitivamente en las Sacramentales del otro lado del Manzanares.” (El Madrid de Fornos, página 39)

A propósito del cierre definitivo del Café de Fornos , Alfredo Vicenti escribía en 1908 una crónica titulada «¿Se cierra Fornos?«:
«Hace tiempo circularon por Madrid rumores de que Fornos, el popularísimo café, iba a ser clausurado para siempre, porque la dueña de la finca necesitaba el local para restablecer en él sus cocheras y sus cuadras. Ayer se acentuó el rumor, dándose como inminente el lanzamiento, y la noticia produjo en todo Madrid penosa impresion, porque el café de la calle Alcalá, esquina a la de Peligros, que lleva de existencia cerca de cuarenta años, y entre cuyos muros se han incubado dos generaciones literarias, es algo tradicional no sólo para la villa y corte, sino para toda España.
Su nombre es familiar en todas las provincias, y cuantos vienen a Madrid pasan por él; seguros de encontrar algún conocido, pues no hay región que no cuenta allí con su correspondiente tertulia.[…]
Las reuniones de madrugada en las mesas próximas al mostrador, son ya históricas, porque han desfilado por ellas hombres consagrados en la política, en las letras y en las artes.
Alguna vez fue Fornos teatro de escenas trágicas, que contribuyeron a fomentar su fama.
Por todas estas razones es un café insustituible, y la noticia de su clausura ha producido en Madrid la tristeza de la pérdida de algo propio.
[…]

En esta esquina de la calle de Alcalá con la calle Peligros, se ubicaba el Café Restaurant de Fornos. El edificio se demolió para construir el Banco Vitalicio de España. La foto es del año 1930, en pleno derribo. La foto muestra el mismo lugar desde otra perspectiva. Se trata de la calle Peligros, enseñando el chaflán que fue el acceso al Fornos. Los carteles que tapan la obra anunciaban  salones de té, automóviles y los Almacenes Simeón, situados en la Plaza del Angel, número 8, haciendo esquina con la Plaza de santa Ana.

Creo que la fecha de la desaparición del Fornos se circunscribe a 1910. Antonio Velázquez Zazo en su libro El Madrid del Fornos, escribe en 1945: “Ya se había cerrado el café de Fornos. Se cerró cuando la Exposición de la Infancia, en el Retiro; cuando el homenaje a Ricardo de la Vega, en el Teatro de Apolo, con motivo de la Fiesta del sainete; cuando la inauguración del Puente de la Princesa ; cuando llegó el tranvía a la Ciudad Lineal…” “Se cerró Fornos cuando se quemó el Teatro de la Zarzuela, (…) y tembló la tierra de Madrid, pués entonces se produjo un terremoto.”
En efecto, según el libro de Velázquez Zazo, un año antes a su homenaje moría Ricardo de la Vega (Madrid, 1839 – 1909), dramaturgo, hijo de Ventura de la Vega y, autor del libreto de la Verbena de la Paloma. El 6 de noviembre de 1909 el Teatro de la Zarzuela fue prácticamente destruido por un incendio. Y en 1910 moría el autor del libreto de la zarzuela La Gran Vía, Felipe Pérez y González (Sevilla, 15 de mayo de 1854 – Madrid, 16 de marzo de 1910).
Todos estos hechos fueron paralelos al cierre de el café de Fornos según relata el autor citado.
En 1909 se electrificaba el tranvía Cuatro Caminos_Chamartín_Ciudad Lineal de la Compañía Madrileña de Urbanización (C.M.U.) de Arturo Soria y Mata. En cuanto al terremoto citado, se trata del localizado en 1909 en Benavente, que también afectó a Lisboa y se dejó sentir en Madrid.

El antiguo local del Fornos se trocó en una sala de Juego que se instaló en el entresuelo. Y en la planta baja se instauró el espectáculo de las señoritas tiradoras. Sin embargo, como aferrada a la tradición de aquella casa, de la que le costaba no poco trabajo desprenderse, perduraba la tertulia de Valle Inclán, trasladada al cercano café de la Montaña.; pero el público de siempre, el respetable, el habitual de Fornos, en vista de la general transformación de cosas y personas, se iba poco a poco, mansamente, alejando hacia los colmados y bares que llenaban las calles escondidas del centro de Madrid.
Después hubo allí un cabaret; más tarde otro café moderno: Riesgo. Y en el esquinazo tan populoso y tan madrileño, construida la nueva y elevada finca del Banco Vitalicio.
” (Antonio Velázquez Zazo , El Madrid del Fornos).

Según el artículo dedicado al Café de Fornos en Wikipedia, después del suicidio del responsable del local, Manolo Fornos, sus «hermanos procuraron mantener el negocio a flote durante cuatro años más, pero al final el 26 de agosto de 1908 cerró definitivamente«. Posteriormente, -dice el citado artículo- en mayo de 1909 volvió a abrirse de nuevo con el nombre de Gran Café y como dueño Marcelino Raba de la Torre. Se reanudaría el negocio con las tertulias y las fiestas en los bajos, para desaparecer en 1918 y reaparecer como  cabaret con mesas de juego, con el nombre de Fornos Palace. El edificio lo adquirió la sociedad Banco Vitalicio en 1923, que decidió derribar el edificio para construir su nueva sede en 1933.

En esta foto, anterior a 1930 y posterior a1923, se observa como, ya en los prolegómenos del derribo del edificio que albergó al Fornos,  las antiguas dependencias del Café estaban ocupadas por  las oficinas del Banco Vitalicio Español.

Referencias.

Alfredo Vicenti
Taller de ediciones
Fornos, cita y trasnoche en el viejo Madrid

Velasco Zazo, Antonio
El Madrid de Fornos
Retrato de una época

Librería General Victoriano Suárez
Madrid, 1945

Pallol Trigueros , Rubén
Chamberí. El primer desarrollo del ensanche norte madrileño.
Cuadernos de Historia Contemporánea-UCM, 2004.         

Pío Baroja y los palacios de Madrid

Desde el exilio en París, Pío Baroja publicó en el diario argentino La Nación una serie de artículos de los que vivió hasta su regreso a España en el año 1940 y, quizás algún tiempo más. En ellos trata temas cotidianos y en ocasiones banales, mostrando cómo único interés para producirlos el crematístico y el ánimo de no desagradar, ni a unos ni a otros. Mera necesidad de peculio, como ya lo advierte el propio Baroja. Eran días de inquietudes y zozobras y los trescientos francos al mes que recibía por los articulitos le venían como agua de mayo.

Unos de los mencionados artículos, Los Palacios de Madrid, escrito posiblemente cuando ya estaba en España, es el que a continuación reproduzco casi en su integridad. El artículo forma parte de la recopilación publicada con el nombre de «Desde el exilio« por Caro Raggio en 1999. Me parece interesante porque hace un breve recorrido por alguno de los palacios que se levantaron en Madrid y que en el momento en el que se escribió el texto vivían un periodo de decadencia, consecuencia de la ruina económica de sus propietarios y de la pérdida de relevancia social y política de las, hasta entonces, clases dominantes. Con el paso del tiempo muchos dasaparecieron para siempre y otros gozaron del favor de la fortuna y hoy los podemos admirar tal como se concibieron. En cualquier caso, los viejos palacios son el testigo de un pasado no muy lejano en el que los ricos, alta burguesía y aristócratas hacían ostentación de su poder material para admiración y envidia de los menos afortunados y de los desposeidos, que en el pasado madrileño eran mayoría y vivían lejos de saber lo que era la abundancia. Todavía no se habían inventado las «clases medias», a las que después nos apuntaríamos todos, como un gran saco en el que todos caben.

El interés del artículo radica también en su valor documental que, si bien no tan profuso como en las novelas, cuyo paradigma madrileño podría ser la trilogía de «La Lucha por la Vida», si nos acerca a la realidad, en este caso de los años cuarenta, a través del paseo por los palacios y palacetes de la ciudad, contextualizando en el tiempo la narración al retratar su ambiente, hábitos sociales, etc . Esta característica de la obra literaria y periodística de Baroja ya ha sido destacada por gran cantidad de estudiosos, contemporáneos del escritor y posteriores como AZORÍN, MANUEL BUENO, ADOLFO BONILLA Y SAN MARTÍN, GREGORIO MARAÑÓN, etcétera.

LOS PALACIOS DE MADRID
«Los palacios de Madrid en el sentido de su origen tradicional e histórico pueden decirse prácticamente desaparecidos. No ha de atribuirse el hecho a la revolución esclusivamente, sino más bien emanado de un proceso económico fatal e ineludible. Ya antes del glorioso movimiento contábanse con las manos los que mantenían su boato. Media historia de España contemporánea puede decirse escrita dentro de sus muros. Fácil será realizar un ligero repaso sobre la situación de alguno de ellos.

El famoso del Marqués de Montellano es residencia hoy de la embajada de los Estados Unidos. La italiana se aloja en el suntuoso, pero ya moderno, del Marqués de Amboage.

Palacio del Marqués de Amboage

 

Cerrado por testamentaría el de Larios; para arrendar el de Bailén en la calle de Alcalá; alquilado a secretaría de F.E.T. y de las Jons el del Marqués de Casa Riera (NOTA: En los jardines del palacio, que daban a la calle de Alcalá, se construyó el nuevo edificio del Círculo de Bellas Artes entre 1921 y 1926) , también sito en la calle Alcalá y que hasta hace poco tiempo defendió el último cedro que sobrevivió en la misma al cerco del dinero. También para Falange E.T. y de las Jons está dedicado el Palacio de Medinaceli, sección femenina, donde tiene su sede central esta mujer admirable que se llama Pilar Primo de Rivera, cedido temporalmente por su dueño. El de la Marquesa de Nájera es hoy prolongación del Banco de España. Cerrado el de Fernán Núñez en la calle de Santa Isabel. Quemado en el primer periodo revolucionario el de Alba, que su dueño sabemos va a reedificar y que providencialmente salvó gran parte del tesoro porque supo ver llegar los acontecimientos.
El Ministerio de Trabajo se alberga en el de la Duquesa de Parcent, calle de San Bernardo. Sigue abierto, pero en pequeña parte, el magnífico de Villa Hermosa, que ya otras de sus espléndidas dependencias las ha subarrendado a bancos, etc.
Así haríamos interminable esta lista para para sacar la conclusión primeramente expuesta de la casi desaparición total de los palacios madrileños.

Si realmente en esta residencias asentose con frecuencia el egoismo, la frivolidad y la ignorancia, qué duda cabe que fueron las más albergue de altas virtudes. En ellas recibió el pintor novel sus primeros alientos; allí encontró el mejor mercado de sus cuadros y, en general, el bibliófilo, el anticuario, orfebre, ebanista, carrocero, etc., más seguro porvenir. Por ello en todo el ámbito nacional formábanse estos sugestivos y valiosos museos que iban siendo el orgullo patrio y que muchos gozaban de categoría internacional, tales como el Palacio de Liria, la Biblioteca del Marqués de Cerralbo, cedida después al Estado…

Palacio del Marqués de Cerralbo, hoy «Museo Cerralbo».

La antigua casa de Denia ha hecho por sí sola más en favor de artistas literatos que muchas instituciones oficiales menos eficaces. En el capítulo de fundaciones benéficas la lista se haría interminable.
El Rastro madrileño acusa de manera clara este declive: junto al zapatero de viejo, Santiago, Juan, qué sé yo, verdaderas potencias dentro de su aparente sencillez, nos venden maravillas aprecios de las tiendas de lujo. Ya no es mercado de pobres… sino de ricos. Riquezas procedentes de sus legítimos dueños que las cedieron en su vertiginosa decadencia, del flujo y reflujo revolucionario, de trasiegos de investigación difícil… Por otra parte, en los sótanos de la Biblioteca Nacional se procede a la ordenación de libros de estas casas que fueron y que Recuperación Artística recoge con tesón.
La marquesa de ayer se acomoda hoy en modesto piso de vecindad o se codea con nosotros en el chalet sujeto a la ley de casas económicas. Si se verifican reuniones ha de ser en el marco obligado del Ritz.


Los moradores de estos palacios, ya de antaño, son los que daban distinción y elegancia a la capital de España en pugilato de esplendidez y poderío. Sentarse en el Paseo de Coches a finales del pasado siglo, principios del actual, constituía por sí solo un verdadero recreo ante aquel desfile brillante de últimas horas de la tarde en que la gente colmaba su entusiasmo al paso de bellezas de aquel tiempo, tales como la Marquesa de Casa Torres, Duquesa de Fernán Núñez (Isilvis Xiquena), etc. Hoy el espectador no resiste diez minutos de permanencia en Recoletos, propongo por caso, donde el paso de la gente en grupos compactos es marcado rítmicamente por el guarda de la porra con su mano enguantada. (…)

Palacio de la Duquesa de Fernán Núñez.

Palacios odiados, desaparecidos al presente. ¿Acaso ha existido dinero repartido con mayor generosidad? ¿Tiene comparación su trasiego con el préstamo bancario forzósamente medido, balanceado y sometido a constante vigilancia? ¿Ha habido en el mundo mayor tanto por ciento que el de estos aristócratas arruinados? ¿El Estado, no el de ahora, el de siempre, no ha absorbido en pocas generaciones la mayor parte de ese caudal? Desaparecidos ellos, ¿habremos ganado? Error craso el de la teoría marxista en su afán de nivelaciónsocial. Ello equivale exactamente a querer poner puertas al campo, matar la gallina de los huevos de oro, invalidar el más seguro motor de progreso. Ya se encarga ciertamente la realidad de cortarnos las alas; pero es legítimo que la ambición viva en el mayor campo posible de libertad.

Consolador que después de nuestra tragedia sea un paladín de F.E.T. y de las Jons, señor Areilza, quien haga estas afirmaciones si se quiere refiriéndose a otro aspecto de la vida, pero relacionado en suma con nuestro tema:

“Nada más lejano de nuestro propósito y aún opuesto a nuestra doctrina que suponer a la ordenaciónnacional sindicalista incompatible y menos hostil a la personalidad libre del empresario, como rector de su unidad de producción privada…”
Empresario que volverá a acumular riquezas, que legará a sus hijos, quienes encontrando fácil el camino abierto caerán fatalmente en la molicie… aunque un Estado vigilante cuide de enrarecer su clima.
Mas no importa… al fin en las mismas sociedades como en la sabia naturaleza se barajan juntamente males y remedios y estos nuevos parásitos, producto de los nuevos ricos, tendrán también muy flanqueables sus posiciones.

Acaba el muérdago con determinadas especies en la selva virgen que surgen después con mayor pujanza: creyose una vez que la facultad de produgarse en la reproducción de los arenques en el mar podía solidificar éste. Vinieron enormes cetáceos reestablecieron el equilibrio devorándolos a miles de toneladas… Como los cubos de noria abajo y arriba alternativamente tejemos y destejemos nuestra vida en movimiento incesante.»
Pío Baroja, Desde el exilio (págs. 83 a 88 )
A continuación propongo -en un corta y pega- este catálogo de palacios y palacetes que acompaño con alguna imagen ilustrativa.

Breve catálogo de Palacios madrileños

Palacio de Xifre
Situado frente al Museo del Prado, haciendo esquina a la calle Lope de Vega, se trata de uno de los ejemplos más representativos de los magníficos palacios construidos por la nueva nobleza financiera de la segunda mitad del siglo XIX.

Fue construido en 1865 por el arquitecto José Contreras como residencia del financiero José Xifré, quien llegaría a ennoblecerse al desposarse con María Chacón y Silva, hija del marqués de Isasi.

El palacio de Xifré fue uno de los edificios privados más hermosos que ha tenido la ciudad. Todos los detalles -desde la verja de cerramiento, la fachada, y hasta las habitaciones interiores- imitaban de una manera perfecta aunque muy costosa la época dorada de la arquitectura árabe. A lo largo de su historia ha tenido otros usos y huéspedes: sede de la Embajada de México y residencia del duque del Infantado.

Inexplicablemente fue derribado a principios de la década de 1950 para construir sobre su solar la Casa Sindical, actual Ministerio de Sanidad y Consumo, ejecutado por Francisco de Asís Cabrero.

Palacio Xifré, derribado en 1950.

 

Palacio Marqués de Cerralbo
Situado en pleno barrio de Argüelles, fue mandado construir como residencia personal de Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, y notable coleccionista de armas y cuadros.

Su construcción se realizó entre 1884 y 1885 bajo la dirección del arquitecto Alejandro Lureda, resultando un palacio clasicista, con reminiscencia de los palacios italianos de estilo neo-palladiano, con jardín y mirador.

Tras la muerte del marqués en 1922, y en virtud de una donación, en 1924 fue convertido en Museo. De este modo, en sus diversas estancias como el salón de baile, la sala de billar, o el comedor de gala, se pueden observar numerosos objetos y obras de arte, como lámparas venecianas, porcelanas de Meissen, pinturas del Greco, Ribera, Murillo, Zurbarán y, entre otros, Alonso Cano, así como multitud de tapices, arcones, bargueños, y una notable colección de armas y armaduras, de los que buena parte pertenecieron a la colección particular del marqués.

Después de la Guerra Civil, el edificio fue restaurado por el arquitecto Fernando Chueca Goitia.En 1962 fue declarado Monumento Nacional.

Palacio de los duques de Villa Hermosa

Está situado en la Plaza de las Cortes, 6, con Paseo del Prado y Calle de Zorrilla.

La remodelación del entorno palaciego del Real Sitio del Buen Retiro iniciada en 1767 por José de Hermosilla vino a ordenar la vaguada del antiguo arroyo del Prado, con la creación de un nuevo espacio de relación entre el entonces límite de la ciudad y el conjunto palaciego. Este espacio lo conocemos hoy como Salón del Prado, un paraje muy emblemático de la ciudad por la belleza de sus jardines y sus fuentes (Cibeles, Neptuno, Apolo). Estas obras de mejora del Prado y la cercanía al palacio del Buen Retiro se convirtieron, ya a finales del siglo XVIII, en polo de atracción para la aristocracia madrileña.

En esta lógica, el Duque de Villahermosa adquirió en 1771 una casona barroca en el paseo del Prado, frontera al hermoso y desaparecido palacio del duque de Medinaceli, que había pertenecido a Alessandro Pico de la Mirandolla, un noble italiano muy influyente en la corte de los borbones.

En 1783 el duque encargó su reforma a los arquitectos Silvestre Pérez y Manuel Martín Rodríguez, pero no llegaría a realizarse. Entonces, el palacio era de planta sensiblemente rectangular y la distribución de las dependencias se realizaba en torno a tres patios interiores y a tres fachadas que daban, respectivamente, a un jardín lateral, al Paseo del Prado y a la Plaza de las Cortes.

El Palacio de Villahermosa está situado en la Plaza de las Cortes, 6, con Paseo del Prado y Calle de Zorrilla.

 

En 1805 se encarga al arquitecto Antonio López Aguado, discípulo de Juan de Villanueva, una nueva reforma del palacio. Esta vez si se llevan a terminó algunos cambios importantes, como la ubicación de la puerta principal en la fachada norte aprovechando el jardín; la ampliación de un piso más sobre los dos que ya tenía el palacio; la decoración de las fachadas con impostas y molduras de granito, y la ornamentación de los huecos de los balcones con molduras. Con estas mejoras la construcción tomó el aire de las grandes mansiones nobiliarias que se habían construido en la corte durante el setecientos (Palacios de Goyeneche y de Buenavista, de los duques de Ugena y de Liria, y de los marqueses de Miraflores y de Perales).

En 1823 el palacio se convirtió en residencia del duque de Angulema, aquel que con la invitación del Congreso de Verona vino a España con los «cien mil hijos de San Luis» para derrocar los gobiernos liberales del trienio y restituir a Fernando VII en el trono. Más tarde se convirtió en una especie de hotel para nobles y acogió durante algunos años la sociedad artístico-literaria, llamada del Liceo y de la que era ferviente impulsor José Zorrilla.

Ya en el siglo XX, tras largos años de deterioro y abandono, la Banca López Quesada adquirió el palacio y encargó una profunda reforma del inmueble al arquitecto Moreno Barberá (1973), con el fin de instalar las oficinas centrales de la sede financiera. Esta reforma, que conllevo un vaciado integral del interior del palacio, fue poco rentable para la Banca López Quesada pues al poco tiempo entró en crisis y tuvo que poner a la venta el palacio.

Fue adquirido en 1980 por el Banco de España y posteriormente cedido al Museo del Prado como edificio donde mostrar temporalmente colecciones pictóricas y celebrar exposiciones. La última reforma del palacio ha sido realizada hace poco tiempo por el arquitecto Rafael Moneo, con objeto de convertirlo en museo para acoger de forma permanente la colección de pinturas Thyssen-Bornemisza.

Palacio del Duque de Alba
Situado en la calle del Duque de Alba, 15,con calle de los Estudios, y Calle de Juanelo, en pleno Rastro Madrileño.

Sobre el gran solar que hoy ocupa el palacio estuvo ubicada durante varios siglos una enorme y sobria casona de estilo castellano que tuvo por huéspedes a ilustres y destacados personajes de la corte. Así, en el siglo XVI estuvo habitada por San Francisco Carracciolo, San Luis Gonzaga y por Pedro Médicis, hermano del Gran Duque de Florencia y carta de garantía de fidelidad para la monarquía hispana. En el siglo XVII tuvo como morador a Pedro Franqueza, Conde de Villalonga, secretario y hombre de confianza del duque de Lerma, gran válido de Felipe III, a quien se responsabilizó de oscuros episodios de corrupción, suponiéndole la caída política, la confiscación de sus bienes y la cárcel.

Parece ser que a finales del siglo XVII, el duque de Alba adquirió el caserón, junto a otra casa contigua, encargándose de las tasaciones los arquitectos Manuel y José del Olmo. El duque pasó a habitar el caserón pero parece que no hizo grandes reformas, todo lo más consistió en redimir en 1710 las cargas tributarias de los inmuebles.

Palacio del Duque de Alba, situado en la calle del Duque de Alba, 15,con calle de los Estudios, y Calle de Juanelo, en pleno Rastro Madrileño.

 

 

El edificio actual es fruto de una completa remodelación interna y externa que realizó en 1861 el arquitecto Alejandro Sureda por encargo del Duque de Berwick y Alba. Entroncando con los gustos estéticos del Madrid isabelino, el nuevo palacio adquirió un carácter clasicista, a través de la disposición simétrica de los balcones, decorados con guardapolvos y rematados con frontones, y con un portón central. Lamentablemente, y como viene siendo habitual en este tipo de construcciones, una reforma posterior alteró profundamente su distribución interior para construir en su lugar apartamentos de alquiler, a la vez que la planta baja se habilitaba para la ubicación de tiendas.

Palacio de Fernán Núñez
Situado en la calle de Santa Isabel, 44, con la calle de San Cosme y San Damián.

El palacio actual fue construido por el arquitecto Martín López Aguado en 1848, sobre el antiguo palacio de los condes de Cervellón, estado nobiliario del Principado de Cataluña vinculado a la casa ducal de Fernán Núñez. Es uno de los ejemplos más significativos de la opulencia con que vivía la aristocracia madrileña durante el periodo isabelino. Su sencillez exterior, más en línea con el orden clásico de los palacios dieciochescos –simetría en los huecos, pilastras, balcones- contrasta con el barroquismo y la suntuosidad de su salón de bailes, salones, saletas, piezas de lectura y despachos ricos en frescos, esculturas, estucos, sedas, marqueterías y cristalerías. Y es que entonces, la élite social de Madrid se relacionaba y se divertía en los palacios de la aristocracia, como en éste de Fernán Núñez, donde se celebraban tertulias, certámenes literarios, lujosas fiestas, conciertos y bailes, y a los que solía acudir con frecuencia la mismísima reina Isabel II.

En la década de 1970 fue reformado por un grupo de arquitectos compuesto por Fernando Ruiz Jaime, Federico Echevarría y Horacio Domínguez con objeto de instalar en parte de sus dependencias el Museo del Ferrocarril. En 1983 el museo fue trasladado a su nueva sede en la antigua Estación de Las Delicias y el palacio sigue destinado desde 1941 a usos administrativos de RENFE.

A lo largo de todos estos años la compañía estatal ferroviaria ha mantenido en buen estado de conservación los salones originales del palacio, preservando todo su esplendor de antaño.


 

 

 

Palacio Marqués de Amboage
C/ Lagasca 98.
Joaquín Roji construyó de 1914 a 1917 este palacio para los marqueses de Amboage en el considerado uno de los solares mejor situados del barrio de Salamanca.
Sigue el patrón de otros palacetes realizados en el Ensanche, situando los salones, la biblioteca, etc. en la planta baja y los dormitorios en la primera, dejando el semisótano y la segunda planta para el servicio.
Tiene clara influencia francesa, mezclando detalles de gusto rococó con elementos neobarrocos. Sus grupos de columnas rematadas por frontones curvos consigue tal dinamismo en la fachada que fue merecedor del primer premio del Ayuntamiento de Madrid al hotel particular mejor construido en el año 1918.
En la Guerra Civil se trasladó a él durante un tiempo el Ayuntamiento de Madrid.
Su interior, como en la mayoría de estos edificios, fue reformado para albergar la Embajada de Italia, que actualmente lo ocupa.

Palacio Indo

La influencia del estilo francés en los palacios de la burguesía del Madrid isabelino, quedó reflejada en la residencia palaciega que Miguel Sainz Indo se hizo construir en 1866, en la manzana comprendida entre las calles de Jenner, Fortuny, Cisne y Paseo de la Castellana.

La gran superficie del solar permitió edificar un conjunto compuesto por un edificio principal exento -de tres plantas rematadas con una esbelta balaustrada- y un extenso jardín en el que no faltaban los invernaderos. Todo el conjunto estaba cerrado con una elegante verja de hierro fundido.

Adquirido por el duque de Montellano en 1901, fue derribado en 1904 para construir uno nuevo a su gusto, obra de los arquitectos Juan Bautista Lázaro y Joaquín Saldaña. Tras la demolición de este palacio en 1966, su solar lo ocupa hoy el edificio de la Unión y el Fénix.

Residencia palaciega que Miguel Sainz Indo se hizo construir en 1866, en la Castellana. Se derribó en 1966, y su solar lo ocupa hoy el edificio de la Unión y el Fénix, diseñado por Luís Gutiérrez Soto.

 

 

Palacio de Madinacelli
Desde mediados del siglo XIX, el eje formado por los paseos del Prado y de Recoletos se fue configurando como una elegante zona residencial con la construcción de hermosos palacios para la aristocracia y la alta burguesía madrileña. Uno de los palacios más emblemáticos fue el del duque de Uceda, llamado Francisco de Borja Téllez Girón y Fernández de Velasco.

Fue construido entre 1866 y 1870 por el arquitecto portorriqueño Mariano Andrés Avenoza, en un amplio solar que había junto a la plaza de Colón, entre el Paseo de Recoletos y la calle de Génova. Se trataba de un magnífico palacio realizado al “gusto francés”, formado por dos plantas y un cuerpo superior con techumbres de pizarra.

Trás ser adquirido por el marqués de Salamanca el 15 de febrero de 1876, hacia 1890 fue comprado por doña Ángela Pérez de Barradas y Bernuy, duquesa viuda de Medinaceli, además de duquesa de Denia y Tarifa. Es por esto por lo que el palacio ha sido conocido a lo largo de su historia por diversos nombres: Palacio de Uceda, de Denia, y de Medinaceli, siendo esta última la más emblemática de sus denominaciones.

Incomprensiblemente, esta joya arquitectónica del siglo XIX fue demolida en 1965 para construir el denominado Centro Colón.

El Palacio de Medinacelli, con la estatua de Colón en medio de la rotonda del Paseo de Recoletos, en una foto de 1960.

 

 

Palacio condesa de Parcent
Calle de San Bernardo, 62.

Este palacio, también conocido como la Casa de los Siete Jardines, fue construido en 1728 por el arquitecto Juan Valenciano en la calle de San Bernardo, siguiendo los cánones de las residencias nobiliarias del siglo XVIII. De hecho, en el entorno de esta calle se localizan otros palacios de similares características, como los del Marqués de Guadalcázar, de la Marquesa de la Sonora y la Casa Palacio de Antonio Barradas. Según nos cuenta Pedro de Répide en su conocida obra «Las calles de Madrid» este palacio estuvo habitado por la doctora de Alcalá, María Isidra de Guzmán y de la Cerda, conocida por sus estudios y casada con el Marqués de Guadalcázar, nombre con el que también se conoció este palacio. A mediados del siglo XIX fue habitado por la duquesa de San Fernando, más tarde unas monjas regentaron en él un colegio de niñas, y después de una etapa de abandono fue adquirido por la condesa de Parcent, convirtiéndolo en su residencia y en un museo donde fueron frecuentes las reuniones de Arte. En la actualidad acoge algunas dependencias del Ministerio de Justicia.

Palacio de Alcañices

Junto a las casas de la duquesa de Nájera.
El antiguo palacio del Marqués de Alcañices, también conocido como Duque de Sesto, estuvo ubicado en el Paseo del Prado esquina a la calle de Alcalá, en el lugar que ocuparon las casas de Luis de Haro, Marqués del Carpio y ministro privado de Felipe IV tras la caída del Conde Duque de Olivares. Con motivo de las obras de prolongación de las antiguas calles del Sordo y de la Greda, hoy llamadas de Zorrilla y de los Madrazo, se vendió el antiguo palacio y se derribó hacia 1884, ocupando el Banco de España parte de este solar a finales del siglo XIX.

Marqués de Alcañices y Marqués de Sotomayor posando frente a las caballerizas del Palacio de Alcañices.


A la izquierda de la foto el antiguo palacio del Marqués de Alcañices, junto a las casas de la duquesa de Nájera. A la derecha la estatua de la diosa Cibeles dentro de su fuente. Y en el centro, la calle de Alcalá. El Palacio se derribó en  1884  para construir el Banco de España.

 

Referencias.-
Baroja, Pío
Desde el exilio
(Los artículos inéditos publicados en “La Nación” de Buenos Aires, 1936-1943)
Editorial Caro Raggio
Madrid, 1999

Baroja, Pío
Aquí París
Editorial Caro Raggio
Madrid, 1998

Moral Ruiz, Carmen del
La sociedad madrileña, fin de siglo y Baroja
Turner, D.L.
Madrid, 1974

Nostalgia de las mansiones perdidas (El País)

Madrid Histórico

Pío Baroja, La lucha por la Vida: La Busca, Mala Hierba, Aurora Roja

La ciudad de los palacios (El País, 5/3/2011)