La última casa obrera de la Guindalera

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A principios del siglo XX la calle Eraso en el barrio de la Guindalera nacía como hoy en Francisco Silvela y moría en el campo. Hoy lo hace en la calle Camilo José Cela, que ya no es campo y que se dirige a la M-30. Hace más de cien años, que es el tiempo que tenía la casa derribada de la foto, la Guindalera era un suburbio madrileño que junto con la vecina Prosperidad, daba cobijo de manera desordenada a la inmigración campesina del interior de la Península. Debido a la escasez de viviendas y a su elevado precio en el centro de la ciudad, los inmigrantes y obreros madrileños optaron por asentarse en la periferia urbana, viviendo en áreas relativamente alejadas del centro y con un estilo de vida más cercano al pueblo que a la ciudad. A partir de 1860 algunas fincas de secano y huertas en la Guindalera y la Prosperidad regadas por el arroyo Abroñigal, comenzaron a parcelarse en una iniciativa de los propietarios de clara proyección especulativa. Las viviendas que se construían, levantadas por maestros de obras o autoconstruidas, eran por lo general de una sola planta y de aspecto semirrural. Constaban, a modo de ejemplo, de cocina, sala, gabinete y dos dormitorios. Ocupaban parcelas rectangulares, con pequeño jardín a la entrada y patio trasero. En otros casos la fachada estaba en línea de calle o camino y el jardín o huerta se situaba en las traseras de la casa. Su estilo era sobrio, con fachadas de ladrillo y reboco y sin concesiones artísticas.

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Los ejemplos de la fotografía (2007) -en la calle de Eraso- y del plano (1881) se corresponde con la tipología más elemental de vivienda obrera de la periferia madrileña, si bien en la casa de la foto las tres puertas y la ausencia de ventanas hace pensar que éstas hubieran sido eliminadas y substituidas por las primeras, quien sabe si con el fin de hacer tres casas de una. Al final, la foto más actual -2008- nos muestra el resultado de la lógica de los tiempos, que se impuso, de modo que la vieja casa ha dado lugar a un solar en el que el furor constructivo hará de las suyas. Algunos se embolsarán unos cuantos miles de euros y todos tan contentos. Ahí queda el testimonio de un barrio de cuyo pasado ya nadie quiere acordarse.

Es de resaltar el detalle de conservar el letrero con el número de la calle, el 32, que se ha adosado al muro de ladrillo. No sabemos si se trata de una iniciativa particular del albañil que lavantó la pared, en una muestra de celo profesional, o si por contra, se trata de una indicación proveniente de más alta jerarquía encaminada a ahorrar material, pués al fin y al cabo el muro acabará en un vertedero de inertes. El letrero seguro que es de hierro esmaltado, muy de la época y muy modesto.