Afortunadamente la edad tadavía no me ha robado la capacidad de sorprenderme, y no es que sea muy mayor. Me ocurre con asuntos de lo más variado. Me asombro incluso con simplezas previsibles, de las que aún después de vistas sigo ingenuamente dudando de su realidad.
En verdad, hay situaciones que ya sabemos, por haberlas leido, oido o visto en los medios de prensa o en la mucha literatura que hay de todo y acerca de todo, pero cuando somos testigos de lo sabido la reacción muchas veces es imprevisible y se tiñe de incredulidad, aunque lo tengamos delante. Y así sucede realmente, que dudamos de lo que estamos viendo delante de nuestros ojos, aunque sea una nimiedad previsible.
A mí me sorprende el fenómeno juvenil del botellón, por ejemplo. No porque no me parezca algo lógico. No deja de ser una respuesta normal en una sociedad como la nuestra, la española, la occidental-meridional, que siempre ha rendido culto a Baco y al placer del relajo nocturno. Somos, los españoles en general, disciplinados y poco originales a la hora de gastar o malgastar el tiempo libre. Tal vez sea una cuestión de posibles, toda vez que los ricos siempre disponen de mayores recursos imaginativos para el despilfarro, tanto en la dimensión temporal, la cuarta, como en la material, si es que existe.
Lo cierto, es que las lides de algunos infantes y otros ya sin tanta reverencia, por hacer prevalecer la borrachera infame al aire libre como un derecho natural o adquirido, es igual, me hiere internamente. No alcanzo a comprender las razones de tanta tontería. Finalmente, unos lo hacen por exceso y otros por defecto. La insensatez no se puede justificar en ninguno de los casos.
Lo que fielmente nos retrata a todos, ricos y pobres, feos y guapos, es el comportamiento, que es común, a pesar de nuestra capacidad de gasto. Lo veo aquí, debajo de mi casa, en el parque, en la plaza, en el extrarradio y en el centro de la ciudad.
Lo que me llamó la atención y me sorprendió, conociendo ya que lo que veía no era nada raro, fue lo que ahora es objeto de este comentario. La imagen, la foto, que ilustra todo lo dicho: Una limousine para jovenzuelos que quieren pasar el «finde» cómodos y borrachos. Y que, luego, el chofer los lleve a casa sanos y salvos. Ya vomitarán al día siguiente en sus retretes de lujo. La foto está tomada en un barrio elegante de Manhattan, en el entorno de Broadway, y los protagonistas… No hay más que verlos.
El problema real, lo que me asusta, son los papás. En este caso daddy and mummy. ¿Qué les parecerá la idea? Bueno, pués parece, a todas luces, que están contentos, ya que la pasta no creo que la ganen sus retoños en la High School o en la University, haciendo labores sociales. El dinerito para el cumpleaños etílico o el quinceaños o dieciochoaños o lo que sea en el lujoso automóvil lo habrán puesto los padres. Penoso.
Los precios son interesantes. Por menos de mil dólares se puede alquilar un lujoso coche extralargo (Cadillac, Rolls Royce, Hummer, Lincoln, Mercedes) con chofer y neveras llenas de bebidas y refrescos con burbujas durante diez horas.
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Espero que la imagen de la limousine neoyorquina no se repita en Madrid, aunque algún ejemplo parangonable ya conocí, por lo que tampoco sería de extrañar que se pusiera de moda entre los pijos ricos. Espero que la inteligencia de los padres venza a la de los hijos, al menos mientras estos sean parvos púberes con escasas nociones de la realidad o con limitadas representaciones del mundo, que es lo mismo. Aunque, a veces la tortilla se vire a favor de los hijos, mucho más inteligentes que sus progenitores. Ese es otro tema.
Espero que esto de las salidas nocturnas en limousine sólo sea una estupidez de niños estúpidos auspiciada por padres estúpidos y que esta estupidez sea sólo estupidez de paso y que no se asiente. Aunque no sé, como digo…, pijos y ricos hay cada vez más, al margen de las crisis.
NOTA: La foto que ilustra este comentario se tomó en Manhattan (Nueva York) en Junio de 2007, en los alrededores de la avenida de Broadway en Upper West Side. (Foto: Enrique Fidel Rojo, 2007)