Con el boom del negocio inmobiliario ciertas industrias auxiliares ligadas al sector experimentaron un auge cierto. Y entre ellas estaba el de la seguridad de las obras. Esta actividad ya había sido ejercida por el colectivo gitano, que resurgió con fuerza en su desempeño durante los recientes años de bonanza de la construcción. A pesar de que vivimos una época de gran fijación-obsesión por la seguridad, y que se cuentan por cientos las empresas que se dedican a este negocio, las obras han quedado en manos de los gitanos. Curioso asunto.
Los gitanos, que fueron caldereros y estañadores en el pasado, en la actualidad se especializan en la chatarra y en la vigilancia de obras, como actividad laboral marginal, amén de otras muchas cosas. Seguro que muchos de nosotros nos habremos topado alguna vez con una obra en la que había un tosco cartelón avisando de la presencia de un guarda gitano. Según se cuenta, si el promotor no acepta el pago mensual requerido por sus servicios, la construcción aparece sin materiales o incendiada. La tarifa ronda los 1.300 euros al mes. El procedimiento para ofrecerse consiste en aparecer por las obras nuevas y avisar de lo que puede ocurrir si no le encargan la vigilancia. En caso de no llegar a un acuerdo, dicen, las advertencias se cumplen. En caso de ser aceptado, el vigilante planta su cartelón en la entrada de la obra y en algunos casos también la «bandera gitana«. Se habla de clanes familiares (¿primos?) dedicados a esta actividad y también de procedimientos mafiosos y de extorsión y amenazas. A pesar de ello, ellos defienden su proceder y justifican su actividad, como el Tío Castro, de Terrassa.
Hay gran cantidad de vigilantes, repartidos principalmente por Cataluña y Madrid, aunque los hay por todo el estado. Cada cual con su peculiaridad y con su propio estilo guardés. «Guarda Jitano«; «Juarda Jitano«; «hay guarda jitanos«; aquel que bajo el lema «hay Guarda Gitano, respetar» nos insta a la observancia de no se sabe qué norma implícita en el sui generis imperativo , ni bajo qué condición; aquel otro que avisa que «ahi guarda gitano«; y también un polémico vigilante de una obra en Torrejón de Ardoz (Madrid), que haciendo gala de sus expeditivos métodos extendió una tela a guisa de pancarta en la valla de la obra en la que advertía de su presencia haciéndose llamar «Gitano pego tiros«.
En la otra banda, encontramos el papel que los empresarios de la construcción tienen en este guíón de cine negro.
Se dice, se comenta, que en algunos casos los promotores negocian con los vigilantes para hacer frente al fenómeno real de los saqueos. Al mismo tiempo, al no recurrir a una empresa de seguridad regularizada, se ahorran bastante dinero. Y, por último, es un buen método para deshacerse de dinero negro, tan abundante en el sector de la construcción, el cual es fácil hacer legal incluyéndolo en la contabilidad en cualquier concepto.
También se han dado casos de «contratación» ilegal de inmigrantes para labores de vigilancia, allá donde los clanes gitanos no llegan, como el recogido por la prensa en enero de 2008, en el cual un vigilante hondureño murió accidentalmente y la propiedad de la obra negó su relación con el vigilante aduciendo que se trataba de un mendigo. En fin, que en todas partes cuecen habas.